Cada vez que se aproxima un cambio en mi vida, me echo a temblar. La comodidad de la estabilidad siempre me ha resultado agradable, aún cuando esa estabilidad no era necesariamente lo que quería para mi vida. Desde emigrar a otro país hasta el final de un viaje de vacaciones, desde cambiarme de casa hasta cambiar mi estado sentimental, requiere un gran esfuerzo ante las sensaciones que se apoderan de mí.
Sin embargo, para ser una persona que teme los cambios, creo que no he hecho otra cosa desde que tengo 17 años. Tal vez por eso, a estas alturas, siento que no tengo nada y que lo tengo todo. Las preocupaciones cada vez llegan con más fuerza, la ansiedad por lo que va a pasar me atormenta y empiezo a querer atar todos los cabos que andan sueltos acerca de mi futuro.
Ayer mismo lo hablaba con una buena amiga, de esas con las que te puedes desnudar por dentro y antes de quitarte la capa ya te ha visto completo. Ella jura vivir anclada en el presente, en el momento, en caer en cierta apatía o desgana por plantearse qué va después, cuál es el siguiente paso. Aunque se preocupa por el camino de su vida, a veces se siente capaz de dejarlo todo por el aquí y ahora. Yo no me considero igual, me torturo con lo que quiero para el futuro aunque sepa disfrutar el presente y medito demasiado sobre las acciones para ser consecuente con ellas. Pero mi miedo a los cambios, hace que toda decisión más o menos importante que pueda ser clave para mi vida futura sea desplazada al último momento, al punto de no retorno, al "ahora o nunca". No se trata de vivir al límite, se trata de dejar para mañana lo que deberías haber hecho hoy, porque es más fácil no preocuparse hasta que no queda más remedio. En realidad, eso no me gusta de mí.
Así que, ahora que se acerca otro cambio grande y decidido en mi vuelta a Puerto Rico, voy a poner todo mi empeño, no voy a dejar las cosas para el final, no voy a guiarme por sentimientos de miedo o negativos, me voy a lanzar a la piscina en todos los sentidos de mi vida. Al fin y al cabo, el que no tiene nada, no tiene nada que perder.
Y me respondo a mi mismo: "No quiero palabras, quiero hechos".
jueves, 15 de julio de 2010
domingo, 4 de julio de 2010
De chascarrillos populares y paradojas orgullosas
La libertad hoy en día con la que cada individuo puede expresarse, exponerse y exhibirse depende mucho del entorno sociocultural del que dicho individuo se rodea. En estos meses vemos todo tipo de manifestaciones y caminatas a favor de la libertad sexual. Ver la diferente forma de celebración en cada país es enriquecedor cuando hace que te plantees qué funciona y qué no en según qué territorio. Comparar, obviamente, resulta inevitable, pero no es nada malo cuando es por intentar comprender algo más la necesidad del oprimido de ser escuchado, respetado y tratado en igualdad de derechos que el opresor. Por más que homosexuales, bisexuales, transexuales, trisexuales, asexuales o cualquiera que salga de la norma, intentemos declarar vivir sin que nuestra forma de ser nos afecte, lo cierto es que todos hemos vivido situaciones en las que nuestra realidad se ha condicionado simplemente por ser "diferentes". Al fin y al cabo, ¿qué ser humano no se "sale de la norma" en algún aspecto de su vida?
Sin embargo, hay un punto en común en toda explosión contra la represión: la enfatización de una forma de ser como contraposición a lo que no esta permitido. Caminar por las calles en plena manifestación de reclamo de igualdad también supone un paradójico encuentro con las formas que más reprimimos nosotros mismos. Las etiquetas que nos otorgamos o nos otorgan hacen que, aunque todos mantengamos una visión de unión, nos segreguemos en sectores que, en muchas ocasiones, ni siquiera sabemos respetar. Las carrozas del Orgullo Gay Madrid 2010 y las diferentes organizaciones que marchaban hacían entender una unión de una población dividida. Las lesbianas, los gays, los osos, los homosexuales de Asturias, los de la Rioja, los anticlericales, los cristianos gays, los musculosos, los góticos, las trans, los pasivos/activos/vestátiles... Todos marchando por un reclamo de igualdad contra el que habitualmente nosotros mismos atentamos.
No me lavo las manos, soy el primero que se ríe y disfruta de las bromas entre comunidades. Sólo hizo falta ir a uno de los escenarios para ver a una drag mofarse de una trans y de una ponka (desconozco este término en Madrid, me lo traje en la maleta desde Puerto Rico para seguir etiquetando) y decirles lindeces como: "Nena, esas tetas además de leche dan sombra" o "Maricón, si tu estás más maquillada que yo". Los chascarrillos (además de demostrar un ingenio y talento a la hora de saber hacerlos) pasan de bromas en las fiestas a discriminación en el diario vivir.
La paradoja de exigir lo que no sabemos dar nos demuestra que el hombre, como ser con el don de errar, también debe ser consciente de sus errores.
Sin embargo, hay un punto en común en toda explosión contra la represión: la enfatización de una forma de ser como contraposición a lo que no esta permitido. Caminar por las calles en plena manifestación de reclamo de igualdad también supone un paradójico encuentro con las formas que más reprimimos nosotros mismos. Las etiquetas que nos otorgamos o nos otorgan hacen que, aunque todos mantengamos una visión de unión, nos segreguemos en sectores que, en muchas ocasiones, ni siquiera sabemos respetar. Las carrozas del Orgullo Gay Madrid 2010 y las diferentes organizaciones que marchaban hacían entender una unión de una población dividida. Las lesbianas, los gays, los osos, los homosexuales de Asturias, los de la Rioja, los anticlericales, los cristianos gays, los musculosos, los góticos, las trans, los pasivos/activos/vestátiles... Todos marchando por un reclamo de igualdad contra el que habitualmente nosotros mismos atentamos.
No me lavo las manos, soy el primero que se ríe y disfruta de las bromas entre comunidades. Sólo hizo falta ir a uno de los escenarios para ver a una drag mofarse de una trans y de una ponka (desconozco este término en Madrid, me lo traje en la maleta desde Puerto Rico para seguir etiquetando) y decirles lindeces como: "Nena, esas tetas además de leche dan sombra" o "Maricón, si tu estás más maquillada que yo". Los chascarrillos (además de demostrar un ingenio y talento a la hora de saber hacerlos) pasan de bromas en las fiestas a discriminación en el diario vivir.
La paradoja de exigir lo que no sabemos dar nos demuestra que el hombre, como ser con el don de errar, también debe ser consciente de sus errores.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)